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amoresdecuartodehora

La otra sonrisa.

Una espesísima lluvia que alivia el sopor canicular de agosto. Finísimos cristales que antes de llegar al suelo ya son vapor de agua. Todo se figura como una imagen mal sintonizada de televisión. Al fondo, el puente que lleva a esa parte de la ciudad en la que todo se ramifica en callejuelas estrechas. Los finos capilares de los órganos más infectos de la ciudad. El hígado, los riñones de Madrid. Y tras la lluvia, el puente y las venas está ella, que es humo sucio, ligera y bella. Lleva rato empapada y hace como que no se da cuenta, sigue sonriendo a todo el que pasa delante y frena el paso. Sonríe tras una sonrisa. A los hombres que pasan les regala una sonrisa tan húmeda y caliente como lo está el asfalto bajo este chaparrón de agosto. Y para ella se guarda otra sonrisa, la que no regala a nadie, como de pan dulce. Sabe que se vende y no le importa. A mí tampoco. Porque se vende puedo verla desde el puente. Porque se vende y porque cree que no la mira nadie puedo ver cómo se regala sus sonrisas que son como un corte de manga al mundo, porque ella sabe quién es. Yo sólo me puedo imaginar por qué anda con la cabeza tan alta a pesar de ser puta. Imagino a unos niños en un negro pais de negros recibiendo ese sueldito cada mes. O la imagino sabiendose dueña del tiempo que le queda bailando en algún bar, donde quiera que estén los bares donde van las putas cuando aparentan no ser putas, y mandando a la mierda a los hombres que quieren restregar su calentón con muy poco disimulo. ¿De dónde salen las sonrisas que son para ella?
Por un momento parece que está sola sobre la faz de la tierra o por lo menos en aquel riñón de Madrid que es un mundo entero. Y al cabo de un rato me ve a lo lejos, empapado también, y sus ojos me atraviesan, negros como ella, sexuales y tristes. Los pezones bajo la fría camiseta también me miran y su cintura se mueve al ritmo del temblor de mis piernas. Me sonríe. Pero lo hace como cuando sonríe al resto de los hombres y además añade un gesto procaz invitándome a que me acerque. No tengo dinero para pagar su cuerpo a no ser que mi cuerpo puediera llegar a pagar las facturas de su vida.
Por un momento, empapados los dos, perdidos los dos, estamos a punto de besarnos a doscientos metros de distancia, parece que me va a regalar una de sus sonrisas privadas, pero acaba soltando una carcajada casi histérica. Por un momento pensé que su pelo negro y brillante podría amarme, que sus dientes blancos podrían amarme, que sus pechos duros podrían amarme. Me doy la vuelta y abandono el puente de vuelta a la parte segura de la ciudad. Por un momento la hubiese rescatado. Pero no tengo dinero para pagar quince minutos con ella.

1 comentario

Any -

Este está muy bien, pero que muy bien. No puedo decir más.